No sé si a ti también te pasa, pero así me siento yo muchas veces. Siento que después de tantas experiencias, reflexiones, luchas, errores, aciertos y deseos de mejorar, no he aprendido nada. Sé que es mentira, sé que es una trampa, un estado de ánimo. Sé que no es verdad… Es como el espejismo que aparece en la carretera en los días de calor: no está ahí, sabes que no está, pero lo ves. No puedes negarlo hasta que se va y deja de bailar delante de tus ojos, emborronando el asfalto.
Este espejismo en particular aparece cuando vuelvo a sentir un dolor antiguo, cuando una frustración que creía superada se me enreda en las pestañas y condiciona de nuevo mi forma de ver todo lo que me rodea. Y en lugar de dejar que esa sensación pase en silencio, sin prestarle oídos, e irme a hacer cualquier otra cosa, la invito a quedarse. Entonces entro en bucle y me reprocho, además, no haber aprendido a lidiar con ese tipo de situaciones. ¿Cuántas veces tienes pensado sufrir por lo mismo, guapa?
Y entonces me digo: «¡mierda, no he aprendido nada de nada!».
Uno de los principales motivos por los que escribo y por los que tú también deberías escribir es recordar lo que has aprendido. Cuando leo las palabras que fui dejando para atrapar el tiempo en otros momentos de mi vida, veo claramente que su misión no era enseñar nada a nadie, salvo a mí. Cuando pasan los días, los meses, los años… puedes recuperar algo que de otro modo se habría ido para siempre. Es como hacer una fotografía del interior de tu cabeza: en qué pensabas, qué te preocupaba, cómo sentías, qué has olvidado, qué ha cambiado…
Y cuando llegue una de esas noches en las que te reprendes con un injusto «¡no has aprendido nada!», echa la vista atrás para algo más que para machacarte. Vuelve a lo que has escrito y oblígate a reconocer, en voz alta, que sí: que ahora eres más sabia, que supiste encontrar el sentido, que pudiste unir las piezas y comprender algo.
El juego de la traducción simultánea
Me encanta hacer este tipo de traducciones porque me pillo a mí misma con las manos en la masa constantemente. Detrás de lo que pensamos y decimos hay mucho más de lo que parece. Sacar a la luz esas otras afirmaciones ocultas es el primer paso para neutralizarlas. Porque no suelen ser bienintencionadas: son como software malicioso pirateando nuestras respuestas mentales y emocionales.
Para que entiendas a lo que me refiero vamos a hacer una pequeña simulación, precisamente con el ejemplo que me ha hecho empezar a escribir este post. ¿Qué estoy diciendo en realidad cuando me lamento de que no he aprendido nada?
Pongamos un ejemplo más real para verlo aún mejor: pongamos que he recibido una crítica. Yo, que me puse a llorar a lágrima viva en 4º de EGB porque me pusieron un 7,5 en un examen en lugar de un sobresaliente. Yo, que acumulo un desesperante y agotador deseo de agradar a todo el mundo. Yo, que sé perfectamente que cada persona tiene una opinión y un punto de vista diferente. Yo, que opino que todo se puede mejorar. Y toda mi elegante estrategia de aceptarme a mí misma y a los demás se desmorona porque… Oh, dios… ¡he recibido una crítica! (Apréciese a la ironía).
Tal y como he dicho al principio, sé que la afirmación no es cierta. Así que preguntémonos, cual intrépidos investigadores desentrañando un misterio: ¿qué razón podría tener alguien para decir que no sabe hacer algo cuando sí que sabe hacerlo? ¡Exacto! Lo que quiere es librarse de hacerlo. Como quien friega mal los cacharros para no tener que volver a fregar porque le da pereza.
¿Qué estoy diciendo en realidad cuando digo que no he aprendido nada?
Por tanto, rascando un poquito en mi lado quejica, hemos descubierto que el problema no es que no haya aprendido, sino que me da pereza ponerlo en práctica lo que ya sé. Porque luchar contra el ego siempre requiere esfuerzo.
La crítica me ha tocado el orgullo y, en lugar de recibirla con los brazos abiertos y pensar sobre ella, reacciono como Bruce Banner. Me convierto en el increíble Hulk y arraso con todo. Con mucha educación y sin levantar la voz, eso sí, pero poniendo mi aparato argumental (¿suena raro?) y mi mala leche (que la tengo) en rebatir la crítica en lugar de tomarla, analizarla y comprobar hasta qué punto es acertada o en qué forma me puede ayudar a mejorar.
Eso es lo que haría una persona sabia y centrada, ¿verdad?
Después me ataca la culpa por haberme resistido como una energúmena a escuchar a alguien que, sin intención de hacerme daño, ha tratado de ayudarme. Si hubiera sido una crítica no constructiva, destructiva o malintencionada, por supuesto, me habría quedado en la fase de Hulk. Pero en este ejemplo somos todos muy buena gente. Y así, después de la culpa y el reconocimiento, viene la tristeza y el «pues se ve que no he aprendido nada».
Y luego, ¿qué?
Si me aferro a esa idea y a otras similares como «es que yo soy así» o el «no voy a cambiar ahora», estaré repitiendo el mismo proceso hasta el infinito. Gastaré una ingente cantidad de tiempo y energía en defenderme con uñas y dientes, enfadarme, ponerme triste, lamentarme, justificarme y vuelta a empezar. Pero si traduzco esa excusa (algo baratilla, además) me encontraré manejando otro tipo de cuestiones.
Sé que el hecho de rebelarme contra las críticas tiene que ver con mi inseguridad y con esa creencia, adquirida muchos años atrás, de que debo hacerlo todo bien. Sé que no me gusta esa parte de mí. Sé lo que tengo que hacer para no alimentarla. Sé que no me va a matar sonreír y decir «puede que tengas razón, lo pensaré», incluso adornarlo con un «gracias».
Dejo reposar el asunto, dejo que me remuerda un poco la conciencia y, acto seguido, empiezo a escribir este post. Para no olvidarme de que esto ya lo he aprendido.
Para no olvidarme de que, siempre que me obligue a descubrir qué está sucediendo dentro de mí cada vez que algo me hace daño para desactivar mis trampas, estaré aprendiendo algo.
Algo muy importante.
Me encanta la gente que escribe tal como piensa… Y no me refiero a la coherencia. Me refiero al tiempo de inflexión que transcurre entre el momento que sucede el pensamiento y el sutil movimiento del dedo en el teclado. Y me encanta cuando me dejo de rollos y yo también lo hago. Seguramente sea un 40% de las veces. El otro 60% lo pase tratando de adoptar modas, siguiendo patrones de copywriting o emulando a referentes del bloging… o como sea.
Por eso me encanta encontrar espacios auténticos, creativos y honestos. Por eso voy a revertir ese porcentaje y lo voy a dejar 100 a 0. Porque además el mundo donde quiero aportar valor necesita más autenticidad y menos artificio… que eso es lo que provoca los males que quisiera evitar. Me encanta este espacio. Voy a pasarme a menudo. Gracias por tu trabajo, es muy inspirador. Y un saludo, claro.
No sé si me traduzco, Anina, es cierto que escribo, o escribía más bien, como una forma de recordar momentos que sin duda se habrían perdido, escribo como quien hace una fotografía, imagen imperfecta de menos de mil palabras, nunca lo había visto como un aprendizaje aunque puede que en algunos casos lo fuera.
Con respecto a las críticas, ¿asumirlas o rebatirlas? me parece mucho más trabajoso lo segundo que lo primero así que desmonto tu argumento de la pereza, el análisis ya te vendrá dado, otra cosa es que te convenza, que no será fácil. A mi cada vez me cuesta más salir de mis ideas y no porque no sea permeable a otras. Una posible explicación sería que al final de todo está el conjunto de vivencias y/o experiencias que te definen y hacen que aquello en lo que crees sea algo tuyo, algo que te pertenece únicamente a ti y con lo que la otra parte podrá coincidir o no pero nunca absolutamente. Si la cuestión es teórica o empírica te lo dejo a ti que para eso eres la experta.
Disgustarse, enfadarse … con uno mismo o con otros… NUNCA! Tiempo perdido, energías perdidas.
Querer hacer las cosas bien es lo que todos queremos, Anina, pero “errare humanum est”. No pasa nada por ello, nuestros errores no son irreparables y porque las críticas y los consejos que más importan son los de la gente que más nos quiere, por lo mismo serán más indulgentes. Te voy a quitar todas las preocupaciones de un plumazo. 😉
Bsss.
Cómo me gustan tus comentarios…
Siempre estoy esperándolos cuando publico un post, porque me ayudas a ver las cosas desde distintos puntos de vista. Eres positividad y optimismo en estado puro, pero desde la óptica del realismo y la experiencia. Te ruego que sigas escribiendo y, es más, te animo a que lo compartas. Sería maravilloso.
Siempre y cuando no signifique que vas a dejar de escribir estos pequeños posts que son tus comentarios dentro de mis propios posts 😛
Un abrazo muy grande.
Hola Anina, he leido tu post y me ha parecido muy interesante y acertado, tanto las ideas que en él transmites, como la manera de expresarlas. El concepto de hacer una fotografía de nuestra mente en un determinado momento me parece excelente, así como afirmar que el fin último de escribir es enseñarnos a nosotros mismos.
Lo sé y lo he comprobado por mí mismo ya que llevo años escribiendo casi todos los días, centrándome en plasmar lo que pienso y en cómo me siento. Resulta curioso y muy sorprendente leerte a tí mismo cuando ha pasado un tiempo, y efectivamente refrescas conceptos que ya sabías, pero que habías olvidado. Mi propio cuaderno se convirtió en mi mejor manual de autoayuda…y resulta que el autor era ¡yo mismo!.
Pero no había sabido describir estas sensaciones con palabras, de la manera en que lo has hecho tú.
Gracias por escribir este blog y compartirlo con nosotros.
Un abrazo.
Muchísimas gracias, David 🙂
Me encanta que tengas nombre de mago. Y me ha encantado tu comentario, porque también tiene algo de magia. Este blog ha tenido magia desde el primer día gracias a gente como tú, que aparece de algún rincón del mundo para decir: “existo y siento como tú sientes”.
Muchísimas gracias también por compartir tu experiencia,
gracias a ti por leer,
por sumar
y por estar.
¡Un abrazote!
Genia Anina.
Hiperidentificada.
Linda fichitas para acomodar piezas…
¡Hola, Isa!
Es muy bonito que alguien entienda exactamente lo que siento. No tener que explicar nada más.
Muchísimas gracias.
P.D. ¡Acabo de ver que tengo un audio tuyo sin escuchar! Gracias por bada, Facebook messenger ¬¬
Un abrazooooooooo 🙂
Cierto y deacuerdo contigo totalmente. Yo no me convierto en HulK (algunas Si), pero mi cara habla por mi y despues mi mala leche también.. y como tu dices vienen las culpas.
A mi me cuesta un montonn, volver a ser yo.
¡Hola, Carol!
Yo me convierto en Hulk emocional: no es que rompa cosas ni me desgarre la camisa ni nada, jajaja. Pero sí: es la cara, la expresión, el tono de voz… Como si viniese una borrasca desde el ártico y lo cubriera todo 🙂
Estoy de acuerdo en que lo que más cuesta es volver a ser una misma después de que la mala leche ha hecho estragos por ahí dentro. Qué seres más raros somos, leñe.
Muchas gracias por compartir tu experiencia y por comentar.
¡Un abrazo enorme!
Nuevamente, la poderosa herramienta de hablar con uno mismo y el valor añadido que genera. A mi me parece sanísimo además, hacerlo en alto de vez en cuando (vale, no en público, porque pensarán que estamos majaras, pero sí en la intimidad).
Si siempre decimos que “hablando se entiende la gente” o que “con diálogo todo se consigue”, por qué no hablar con nosotros mismo, ¿no? 🙂
¡Hola, Ana!
Pues sí, ya ves que para mí esto del diálogo interno es una constante. De hecho, a veces me gustaría pararlo un poquito, pero mi yo interior es muy pesada y nunca se calla, jajaja. La clave está precisamente en la palabra “diálogo”.
Si dejamos a la vocecita “hablar sola”, se va a montar unas películas que ni Spielberg. Suena rarísimo, pero estoy segura de que tú me entiendes… ¡A que sí! ^^
¡Un abrazo enorme y gracias por volver a pensar conmigo!
Me ha encantado este blog. Muy identificada. Te felicito por la manera tan acertada de tus comentarios.
Muchísimas gracias, Mónica. Recibir comentarios como el tuyo y saber que lo que escribo, pienso y siento conecta con vosotros y que, en cierto modo, os representa, me provoca una sensación que no podría describir. Sólo podría decir que es maravillosa y que todo el mundo debería experimentarla, porque cambia la forma de ver la comunicación.
Gracias por hacérmelo saber 🙂
¡Un abrazote!