24 de marzo de 2015: Un Airbus A320 se precipita en caída libre sobre los Alpes franceses con 150 personas en su interior. Tú sobrevives al accidente: llevas sobreviviendo a todos los que se han producido a tu alrededor a lo largo de tu vida. Eres un/a superviviente.
¿Qué ocurre si en este mismo instante se termina la racha? ¿Qué pasaría por tu cabeza si pudieras contar con los dedos de una mano los minutos de vida que te quedan? ¿Qué imagen crees que aparecería al cerrar los ojos mientras esperas al último latido?
Todos los días, a cada segundo, conciencias desconocidas se apagan como nodos que dejan de percibir y entrelazar el mundo. A veces, sólo a veces, una de esas conciencias se hallaba conectada con la tuya: formaba parte de tu red, del conjunto de tu realidad. Y una única vez, una nada más entre miles de millones, la conciencia que dejará de existir serás tú.
Creo que estamos peor preparados para la muerte de las personas que queremos que para la nuestra propia. Creo que «La muerte no es el final para los que se quedan»; es una mutación violenta de la realidad. Es violencia, principalmente, de cada ser para consigo mismo: por los reproches, por la autoflagelación. Le fallé muchas veces, no estuve cuando me necesitaba, ojalá hubiera sabido que era la última vez…
Pero nunca se sabe (y lo digo mordiendo las palabras) cuándo va a ser la última. Nunca se sabe cuándo dejarás de ser tú el superviviente.
El Superviviente
Ayer, antes de saber nada sobre el accidente, encontré en una de mis redes la charla TED de Ric Elias, “tres cosas que aprendí mientras mi avión se estrellaba” y pensé que ese era el tipo de historia que uno debería escuchar todos los días antes de poner un pie fuera de la cama.
El 15 de enero de 2009, el avión en el que viajaba Ric perdió ambos motores a los pocos minutos de despegar del aeropuerto de La Guardia. La grabación de las conversaciones mantenidas entre piloto y torres del control, disponibles en Youtube, muestran a unos controladores que tratan de dejar todas las pistas libres para su aterrizaje de emergencia, pero el piloto del avión contesta a todas y cada una de las sugerencias, con voz serena, “no podemos” y acaba por anunciar: “voy a tratar de aterrizar sobre el río Hudson”. El controlador no da crédito y le pide que se lo repita, pero sólo obtiene silencio mientras sigue intentando ofrecerle posibilidades de aterrizaje en aeropuertos cercanos.
No hay respuesta.
155 personas iban a bordo de aquel avión y una de ellas era Ric. Él nos cuenta lo que sucedía dentro del avión. En primer lugar oyó una explosión y comenzó a ver gran cantidad de humo mientras los motores emitían un sonido que delataba, inequívocamente, que no estaban funcionando como deberían.
“No hay problema. Probablemente el motor ha impactado contra algún pájaro”. El avión vira de nuevo hacia el aeropuerto, pero sólo dos minutos después, el piloto alinea la trayectoria con el río Hudson, apaga los motores y comunica a los pasajeros sólo tres palabras: “Brace for impact” (prepárense para el impacto).
Las tres cosas que Ric aprendió “mientras moría”
Ric no tuvo dudas después de oír el mensaje del piloto: su vida acababa allí. Durante aquellos pocos minutos, la actividad frenética que inició su mente dejó al descubierto tres ideas que salieron a flote entre todas las demás tras el amerizaje.
1. Todo cambia en un instante
Ric pensó entonces en el futuro que ya no tendría, en todas las cosas de “su lista” que aún no había hecho, en todo lo que había dejado para más adelante. Experimentó plenamente el sentido de esa urgencia por no aplazar nada, del “hazlo ya”, del “vive ahora”. Su perspectiva de la vida como algo administrable a largo plazo cambió drásticamente, cambiando desde ese momento su forma de dosificarla y de planificarla.
Si tienes un gran vino en tu bodega, no lo guardes para una ocasión especial. La ocasión especial es simplemente abrir la botella y compartirla. No esperes el momento; créalo.
Es cierto que todo cambia en un instante: en un instante puedes perder o ganar más de lo que hayas perdido o ganado en el cómputo total de tu vida. En un instante cae la primera pieza: la que empuja todas las demás y desencadena el efecto dominó. En un instante, sin saber por qué, una de las piezas no cede y la reacción en cadena se detiene y otra comienza.
En un instante se te para el corazón y en un instante, si tienes suerte, vuelve a latir.
2. Cuánto tiempo desperdiciamos en cosas que no importan con gente que sí importa
Un segundo pensamiento que llegó a la mente de Ric fue sobre el pasado, respecto a la forma en la que había vivido. Consideró que había tenido una buena vida, que había tratado de mejorar, pero que había dejado un gran margen de maniobra a su ego. Lamentó el tiempo que había pasado enfadado por cuestiones irrelevantes, tiempo que había entregado a cambio de nada a sus emociones negativas.
Esta es una de esas ideas muy obvias de ver pero muy difíciles de realizar. Ocupa mucho tiempo en mis reflexiones y es una de las conductas que trato de controlar con mayor ahínco. Los que me leéis con cierta frecuencia lo sabéis. Pero es muy difícil no sentirse dolido; es imposible que no se enfaden contigo, lo merezcas o no, y cuesta mucho ganarle la partida a tus respuestas más arraigadas.
Dos años después de su accidente, momento en el que fue invitado a contar su experiencia en un espacio TED, Ric aseguraba no haber vuelto a discutir con su mujer.
3. Morir no da miedo
Su tercer y último pensamiento surgió como una especie de revelación mientras contaba los segundos que quedaban para el impacto, viendo como el avión se acercaba cada vez más al Hudson y comprendiendo que no iba a remontar el vuelo. Entonces Ric descubrió, sorprendido, que no tenía miedo: sólo sentía una gran tristeza por tener que abandonar una vida que amaba.
Y toda aquella tristeza se enfocó en un único punto: “ojalá pudiera ver crecer a mis hijos”. De esta forma comprendió que lo más importante de su vida, la meta a la que cada uno de sus pasos debía dirigirle, era ser un buen padre.
No todos aspiramos a las mismas metas pero todas ellas tienen que ver con el hecho de sentirte realizado antes de que tu presencia en el mundo se extinga. Quizá aspires a la trascendencia, en dejar algo tras de ti que merezca la pena, a seguir existiendo de algún modo para mitigar esa pavorosa sensación de “nada” hacia la que te diriges. Quizá aspires como Ric a ser un buen padre o una buena madre, a dejar tras de ti seres que prolonguen con su propia vida el tiempo de la tuya, de un modo extraño pero comprensible.
Una de entre las muchas cosas de gran valor que mi padre me dijo cuando sabía que él también moría fue que, tanto mi hermana como yo, seríamos la única prueba de su paso por el mundo. Todo lo que dejaba tras de sí. Por eso siempre que puedo prolongo un poco más su estancia, tal como hago ahora, dando nueva proyección a sus palabras. Él lo consiguió, como seguramente también lo está consiguiendo Ric.
Y aunque tus metas no pasen por tener descendencia no dejan de ser menos importantes. Aunque no aspiren a la trascendencia, no merecen menos esfuerzo. Simplemente tienes que asegurarte de que realmente son las que para ti merecen dejar en un segundo plano todo lo demás.
Hazte responsable de tu vida
Decía Ortega y Gasset, el gran filósofo de la vida, que elegir no es una opción, sino una necesidad: estamos obligados a ser libres, a hacernos cada día. Esa es nuestra gran responsabilidad y nuestro compromiso con nuestra vida y nuestro destino, del cual somos los únicos responsables, entendiendo que no está hecho previamente y que nadie debe hacerlo por nosotros.
Tomar la responsabilidad sobre tu vida no pasa por ninguno de los cauces habituales que has ido asociando en tu cabeza al concepto de “responsabilidad”: pasa por tomar el control sobre tus 8 minutos de caída y decidir qué haces con el breve lapso de la Historia del Mundo que es el tiempo del que dispones.
¿En qué foco crees que se concentraría toda tu tristeza por dejar la vida?
Si en este preciso instante, al final del post, lo único que sientes es temor a volar, dedica 5 minutos a dejar que Ric te cuente su historia y vuelve a empezar. Aún te queda todo un viaje por hacer.
Me llegó el video de Ric. Por chat y la verdad me hiso reflexionar al respecto, de decir hoy a las personas lo importante que son en nuestras vidas, nunca e tenido miedo a la muerte propia, sin embargo me aterra que muera un ser secano a mi, sería devastador.
Devastador e inevitable. Son ese tipo de pérdidas para las que nunca estamos preparados, incluso aunque las veamos venir porque no sean producto de un accidente sino de una enfermedad, por ejemplo. Por lo que respecta a Ric, yo me vuelvo a emocionar cada vez que le escucho.
Muchas gracias y un abrazo, Cecilia.
Recuerdo aquel aterrizaje de emergencia sobre el rio Hudson. Me hice eco de ello precisamente encaramado a la barra -y a una enorme cerveza- de una impostura de esas que son los bares de aeropuerto, en Nueva Jersey, haciendo escala hacia Centroamérica. Que inoportuno, descubrir en la televisión historias de acccidentes aeréos justo antes de coger otro avión, pensé entonces.
Diez meses después estuve apunto de ahogarme en una playa salvaje de Bocas del Toro, en Panamá. La historia de siempre: exceso de confianza nadando mar adentro, demasiada resaca, nadie cerca. Pude escapar de aquello tirando de un último aliento y dando con un milagroso banco de arena que me permitió hacer acopio de energias para poder luego llegar exhausto a la orilla. Antes estuve un buen rato -una eternidad en mi cabeza-, manteniéndome a flote y asumiendo que no saldría de aquella. En mi caso, me temo, sin grandes revelaciones sobre mi vida, más allá del descubrimiento de mi (nuestra) propia fragilidad e insignificancia. Aquello me arrojo perspectiva, relativizándome. Más que el sentido de la vida paradojicamente me enfrentó a su desconcertante sinsentido. Un gran “¿ya está? ¿nos morimos a mitad del cuento y ya está? ¿eso es todo?”.
Yo creo no necesitar un objetivo concreto al que encomendar mis pasos – ni trascender, ni ser un padre ejemplar- la vida misma y sus aprendizajes son ya para mi el mayor de los motivos para seguir respirando (y si puede ser haciendo también felices a otras personas, tanto mejor). Encuentro cierta plenitud en disfrutar de una vida sencilla, aceptando el hecho de que objetivamente no haya grandes respuestas a nuestra existencia, y que de haberlas no seremos nunca conscientes de ellas. Otros dicen que hemos de aspirar a vivir una vida que merezca la pena ser narrada. Seguramente también tengan razón. Su razón, que no es poco.
No se quien decía aquello de que “aunque tuviera la certeza de que el mundo se acabaría mañana aun así, hoy, plantaría un arbol”. El caso es que durante mucho tiempo me parecio una chorrada, ahora considero que no existe mejor filosofía de vida que esa. O como cantaba Sabina: “que el fin del mundo te pille bailando” 🙂
PS. Magnífico el post y un placer volver a pasar por aqui, Anina, no deje usted nunca de escribir.
¡Hola, Jorge!
Qué placer tenerte de nuevo por aquí. Te pido disculpas por haber tardado tanto en responder el comentario (es algo que me incomoda sobremanera, como tener una piedra en el zapato), pero lo único que me gusta aún menos que eso es leer y comentar con prisa lo que otra persona ha decidido aportar a mi propia reflexión. Sería como estar en una conversación sin estar pendiente de lo que te dicen…
En fin, sólo decirte que me han encantado tu historia y tu reflexión, excelentemente narradas, de las que se leen muy a gusto y parece que terminan demasiado pronto (¿como la vida misma, pues?).
Creo que la diferencia entre tu batalla por alcanzar la orilla y la caída libre en el avión o el cáncer terminal, es la lucha por la vida. Hay situaciones en las que no puedes hacer nada para evitar morir, sólo asumir el hecho de la muerte; y hay otras en las que hasta la última célula de tu cuerpo está concentrada en que sobrevivas. No hay asunción, sino negativa.
Entiendo que por fuerza debe haber también una diferencia sustancial en lo que pasa por tu cabeza.
Hace muchos años unos amigos me preguntaban: “Si pudieras elegir entre tener una cantidad indecente de dinero en vida o ser recordada después de morir (al modo de Cervantes u Homero, me imaginaba yo), ¿qué elegirías?”
No es que tenga importancia lo que yo prefiriese, pero eso me sirvió para darme cuenta de que, obviamente, el seguir “estando en el mundo” una vez que mueres, es un objetivo para los vivos, claro está, como lo puede ser el dinero. Unos quieren ser ricos, otros inmortales… Cada uno con su razón, como bien dices.
En fin, he disfrutado mucho de tu comentario. Muchas gracias por ampliar el sentido y el valor del post, por tu tiempo, por tu experiencia y por la evocadora reflexión.
¡Un abrazo!
¡Hola Ani!
Has estado magistral, como acostumbras.
He estado reflexionando un buen rato sobre lo que has escrito, y sobre lo que yo mismo quería escribir aquí, y me hecho la p…a un lío, así que he querido acudir a mi propio almacén para rescatar un artículo que me viene al pelo, porque en él hablo de todo lo que aquí quería exponer.
Aquí lo dejo por si a alguien le interesa leerlo:
http://aprendizajeyvida.com/2014/07/07/nacemos-para-vivir-vivimos-para-morir/
Y resumo su contenido con la frase que le da cierre:
No veo un mejor sentido para la vida que aceptar la muerte.
¡Un fuerte abrazo!
¡Hola Juan!
Me parece muy fuerte lo que me ha hecho WordPress con este comentario… Ni me llegó notificación al correo, ni me aparece en la lista de comentarios… Sólo lo veo desde aquí. ¿Te has puesto en modo ninja o qué? 😀
Tu post es crudo, sin florituras motivacionales ni recurso al carpe diem. Presentas lo que hay como algo que ni es bueno ni malo por sí mismo: es la interpretación que hagamos de ello lo que nos afecta, es nuestra opinión, nuestra forma de verlo. Tu travesía estoica empezó mucho antes de los últimos posts.
El asunto de la trascendencia es gracioso por contradictorio, tal como tú mismo lo expones. Queremos prevalecer más allá de la muerte, pero sólo mientras estamos vivos. Luego ya, qué más da…
En fin, me gusta mucho cuando me cierras el círculo ^^
¡Un abrazoteeeee!
Justamente vi ayer la charla de Ric Elías y es simplemente brillante como, en tan poco tiempo, dice tantas verdades.
A mí me cuesta mucho trabajo ponerme en una situación de este tipo y saber qué es lo que pensaría en ese momento. No sé, siempre nos parece algo tan irreal y poco probable que creo que ninguno estamos programados para sabe qué vamos a pensar ahí hasta el momento en el que ocurre.
Lo “”bueno”” es que si te pasa algo de esto y sobrevives, después creo que la vida se convierte en algo más fácil de descifrar. Entiendes el valor del tiempo, de las amistades, de la familia y de todo lo importante por encima de cosas típicas como el dinero o los cuatro aparatitos sin los que podemos vivir.
Pero bueno, prefiero no tener que pasar por ello y que me siga costando trabajo pensarlo 😀
Un saludo
Jajajajaja… Claro… Además, cuando uno hace esfuerzos por pensar, hace de celestino de neuronas que no se conocían. Es muy bonito…
¡Hola Javiiiiii!
Lo mismo pensé yo cuando vi a Ric. En sólo 5 minutos (pausas tragicómicas incluidas) consigue darte un bofetón de los que te dejan mirando para el otro lado 😀 Y, además, dejarte contento.
Por razones obvias, es cierto que mi conciencia de la muerte es mucho más inmediata y escandalosa de lo que hubiera sido si no hubiese tenido al enemigo en casa, rollo Alien, amenazándome desde dentro. Me he olvidado de muchas cosas desde entonces (no me puedo creer que haya pasado casi una década) pero aquella experiencia cambió para siempre mi forma de hacer planes.
Hay mucha gente a mi alrededor preocupadísima porque a este paso no llego a la cotización mínima para jubilarme. Y sinceramente, creo que lo que no llegará a la jubilación seré yo. De verdad que no lo creo. Y puesta a equivocarme, pienso que es mejor equivocarme aprovechando los mejores años de mi vida que preparando una virtual seguridad para los últimos.
Igual se me fastidia todo el invento y llego a los 100 pero… ¡no pienso llevar una vida tan confortable como para vivir tanto! 😀
¡Un abrazote grande y muchas gracias por quedarte un rato!
Un día sales a trabajar y un coche te arrolla. Te vas de viaje a Túnez y un terrorista te dispara. Vas conduciendo y una riada sega tu vida. Vas al hospital con un pequeño dolor y por una infección ya no sales más. Un día estás jugando a fútbol, te caes y ya no te levantas. Parece que la muerte nos rodea pero siempre ha sido así, por eso se inventaron las religiones, para tratar de dar una explicación a algo tan azaroso como la fecha de nuestra muerte. Además es un destino del que no se puede escapar, la muerte siempre está esperándonos en Samarra. Por eso no podemos obsesionarnos con la muerte y continuar viviendo. La serie de A dos metros bajo tierra, si no la has visto, te la recomiendo, trata sobre todo esto.
Un abrazo!!
¡Hola, Aitor!
Obviamente, la muerte es un continuo con la vida, tal como le decía a Natalie con el símil de la moneda. “¡Eso es una obviedad!”, dirás tú, pero espera que sigo. Ni podemos obsesionarnos con la muerte ni podemos permitirnos pensar que moriremos a los 80, en la cama, tranquilitos. Mi ideal no es obsesionarse con la muerte, ¡sino obsesionarse con la vida! Al fin y al cabo, cuando lanzas una moneda, es tan probable que salga cara como que salga cruz.
El filósofo alemán Martin Heidegger hablaba del hombre como el “ser para la muerte”. En el temor, el hombre se enfrenta con su ser como proyecto inacabado. Y la única cosa que finaliza el ser potencial de la persona es la muerte. Por eso, dice Heidegger, todos los temores pueden resumirse en el temor a la muerte. Y es en esta línea de pensamiento en la que se concibe la vida como realización de ese proyecto. Una realización a la que ese supremo temor nos empuja.
Hay que decir que Heidegger distingue entre temor y miedo, pero esto ya sería abusar de las referencias al existencialismo alemán. No sé si tiene mucho que ver con tu comentario, pero es lo que me ha sugerido y sé que contigo me puedo permitir los infiernos filosóficos 😀
No he visto la serie, pero creo que ya no me dará tiempo a verla… ¡Yuhu! ^^
Un abrazoteeeee.
No te preocupes, ¡el existencialismo alemán mola!
Puede que tú lo recuerdes, yo soy muy malo para estas cosas (estudiar historia y tener buena memoria no están relacionadas aunque lo parezca), ¿quién dijo que sin la muerte, la vida no tendría sentido?
¿Por qué no tendrás tiempo para verla?
Abrazo!
Pues no voy a tener tiempo porque… (redoble de tambores)
¡El día 20 enganchamos las bicis y no paramos hasta llegar a Cabo Norte, ahí en todo lo alto de Noruega!
Cada vez que lo pienso me asusto, jajaja.
Perder a un ser querido es uno de mis mayores miedos. Cada vez que me pongo a pensar en ello, mi mente se tira al suelo dando pataletas en plan niño pequeño gritando “No quiero, no quiero!”. Hasta ahora he tenido la suerte de no perder a ninguno de mis más allegados y aunque sé que llegará el día siempre pretendo dibujarlo en un tiempo bien lejano. En ocasiones, normalmente después de enterarme de tragedias como la de ayer, me entra una obsesión con el “nunca se sabe cuando va a ser la última vez”. Me digo a mi misma eso de que tengo que aprovechar más el tiempo, disfrutar de los míos… pero si lo pienso demasiado, acabo sufriendo cada una de las despedidas de cada día. Me atormentan el “y si ahora coge el coche y tiene un accidente?” o el “y si se va a dormir y le da un ataque al corazón?” Por lo que para evitar ese sufrimiento continuo vuelvo a mi día a día ignorando que somos mortales.
¡Hola, Natalie!
Aceptar el hecho de la muerte es una de las cosas más difíciles y más inevitables de la vida. Son las dos caras de la misma moneda: no pueden separarse. Sin embargo, por lo que respecta a mi experiencia, nunca se llega a aceptar del todo: a día de hoy vivo con muchos recuerdos que permanecen bloqueados la mayor parte de los días.
La clave tú misma la has formulado y está en el extremo de “obsesionarse”. Una obsesión, del tipo que sea, es por naturaleza algo negativo, que te hace vivir de forma muy parcial. El miedo a la pérdida es terrible y hay que hacer un gran ejercicio de realidad para asumir que nada es nuestro, salvo el tiempo que tenemos.
Te entiendo perfectamente porque, hay muchas cosas que aún sabiéndolas, requieren un poco de “autoengaño” para vivir con ellas. Hay que hacer un pequeño reajuste del objetivo: no se trata de sufrir cada despedida, sino de disfrutar cada encuentro. No se trata de vivir con miedo, sino en paz.
Cuesta, a mí la primera, pero creo que se puede hacer mejor. ¡En eso estamos! Al final se trata de aplicar la solución que a ti mejor te funcione, desde luego.
Muchas gracias por participar con algo tan íntimo como tus propios miedos. ¡Gracias por dejar que nos asomemos!
Un abrazoteeee.
Gracias a ti!
Es un placer leerte y tengo que confesar que es la primera vez que contesto a un post. Normalmente soy la lectora voyeur que no se atreve a comentar nada, pero tras leer tu inspirador post sobre perder el miedo a los desconocidos he decidido lanzarme. Así que una vez más… Gracias!!
Pues ahora tendrás que acostumbrarte a contestar todos los correos, mensajes y comentarios en tu propio blog, porque con el pedazo de proyecto guapo que tienes entre manos vas a correr como la pólvora. ¡Ya verás!
Pasito a pasito pero cada vez más lejos.
¡Gracias a ti!
Cuando alguien cercano sobrevive a un accidente, uno no sabe como aunque uno tenía ya asumido lo efimero de todo esto, se hace más consciente. Yo que siempre he sido muy aventurero, reconozco que me ha hecho cambiar mis prioridades e intentar pasar más tiempo con mi familia.
Otra experiencia que está estupendamente contada fue la de Hana Kanjaa:
http://www.hanakanjaa.com/2013/03/26/una-experiencia-trascendental-capitulo-i/
Qué maravillosa aportación al post la pedazo de historia de Hana, Miguel. Me he leído los dos capítulos del tirón, y qué llorera, madre mía, jajaja.
¡Muchísimas gracias por sumar!
Un abrazoteee.